sábado, 24 de mayo de 2014

“AMIGO FUERTE DE DIOS”


“No importa nada, Señor, aquí lo único que importa es que Tú sigas siendo Tú”

(En memoria del Padre Segundo Llorente, misionero en Alaska)

 En esta ocasión expongo algunas experiencias que escuché del gran misionero español en Alaska, padre Segundo Llorente, S.I. Creo que dejarán un poso en el alma y la introducirán en Dios.

 En 1973 le llevé una tarde a un convento de Carmelitas Descalzas. Las madres le preguntaron cómo se apañaba él en aquellos días y noches de soledad total en Alaska y cómo hacía oración. Respondió:

 “Miren ustedes, yo comparo la oración con un hombre que sale con su perro al campo. Se sienta a la sombra de un árbol y se pone a leer el periódico. El perro se enrosca a los pies del amo y se está allí quieto. Pasa el tiempo y el hombre se levanta, porque el sol ha ido corriendo y la sombra ya no le cobija. Busca otro árbol y sigue allí su lectura. El perro abre primero un ojo, después el otro; olfatea, busca al amo y se va junto a él. Vuelve a echarse a su lado, y de nuevo queda quieto. No se dicen nada. Pero el amo está contento con la compañía de su perro, y el perro está contento junto al amo. Esto es todo”.



En los Ejercicios Espirituales que nos dio ese mismo año habló de la dureza de vida en Alaska. Recuerdo una anécdota que nos contaba y que me impresionó profundamente. Tras toda clase de penalidades, agotado por el esfuerzo y el hambre de ocho días de trabajo sin descanso, navegaba hacia el río Yukón por un afluente sin apenas corriente. El motor de su barquito se paraba continuamente y aquella travesía no terminaba jamás. Fue entonces, cuando armado de toda su fe y apoyándose en todos los santos, en la Virgen y en las llagas de Jesús, pidió al Padre de los Cielos: “que no se vuelva a parar, Padre, que no se pare”. Justo en ese instante el motorcito hizo explosión y se paró. El padre, puesto de rodillas en el barquito y con los brazos en cruz, exclamó: “No importa nada, Señor, aquí lo único que importa es que Tú sigas siendo Tú”

Al día siguiente fui a verle y le dije: “Padre, ya no necesito más. Con esto que contó anoche me basta para todos los días de Ejercicios Espirituales que me quedan”. Entonces fue cuando me dijo algo que me sacudió toda el alma: “Bueno, es que como yo había hecho aquella oración con toda mi fe, comprendí que Dios me probaba y, como no quería que Él sufriera al ponerme a prueba, le grité: ¡No importa nada, aquí lo único que importa es que Tú sigas siendo Tú!”.

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